Moscú, 5 jul (PL) Contrastes. Moscú es una ciudad que vive dos épocas al unísono. Es una cápsula de dos colores. Aquí se puede regresar al pasado y viajar al futuro sin necesidad de vivir el presente. Una imagen dice mil palabras, millones.
El forastero curioso, aprovechando que estamos en pleno verano y los rayos del sol espantan al general invierno, puede desandar las calles moscovitas y respirar grandes pedazos de historia, tiene la posibilidad de ver enormes edificios y estatuas de la era soviética.
Pero Moscú evoluciona y crece. La capital más grande de toda Europa se desarrolla a una velocidad vertiginosa. La arquitectura abandona aquellos arquetipos vetustos y vuela hacia el futurismo más impactante.
Las siete hermanas de Stalin, esas moles de concreto que simbolizaban el poderío soviético en Moscú, con su estrella en lo más alto, coexisten con decenas de megaconstrucciones modernistas, personificación actual de la supremacía capitalista que se vive hoy en la nación.
Desde 1991 comenzó una nueva era y la ciudad exhibe nuevos, caros y excéntricos lujos. Ya no circulan autos viejos -rara avis por estos tiempos-. Por supuesto, la joya de la corona es Moscow City, ese conglomerado de rascacielos que descompone la esencia misma de la urbe y la convierte en otro mundo, la lleva a otra dimensión.
Todavía los 12.5 millones de moscovitas -más la población flotante- y los más de 20 millones de turistas que visitan la ciudad cada año pueden admirar los encantos del teatro Bolshoi, las catedrales del Kremlin, el mausoleo de Lenin, las citadas torres de Stalin, la Plaza Roja e incluso muchas iglesias del tiempo de los zares, pero ahora el área metropolitana de Moscú va hacia el infinito y más allá.
A tal extremo llegan los contrastes, que hace poco coloqué una foto en la red social Facebook y varios amigos pensaron que era un montaje fabricado en Photoshop; los edificios modernos de Moscow City parecían naves extraterrestres en medio del pasado imperfecto; ni más ni menos, la pura realidad, exacta.
Ya los letreros en cirílico -el alfabeto ruso- conviven con el inglés, como las estatuas soviéticas con los McDonald’s, la Coca Cola y los Burger King. No existe temor ni mucho menos a esa diversidad tan amplia y paradigmática.
En el sur de la ciudad, en la zona de Nagátinskaia, cobrará vida en pocos meses el ‘Disneyland ruso’, aunque basado en los personajes de los animados soviéticos y nacionales, y -dicen- será uno de los parques de atracciones más grandes del planeta. No podía ser de otra manera, aquí todo es gigantesco, monumental.
Moscú, abiertamente, busca nuevos y más altos estándares de esplendor. La capital del imperio ruso no es tímida, nunca lo fue, pero ahora quiere ser el Everest, no quiere envidiarle nada Nueva York, Tokio, Dubai o Londres; pretende incluso viajar al futuro en el menor tiempo posible.
Se verán edificios colgantes, rascacielos enormes salidos de otro mundo, museos postmodernistas -habrá hasta un SoHo ruso en la isla de Bolótnaia, que ya es mucho decir-. El futurismo vestirá de seda a la gran urbe y el forastero curioso podrá vivir una experiencia exquisita en cada segundo de su estancia.
Ahora no queda más que regresar al presente, salir del pasado y olvidarnos -por un momento- del futuro. El Mundial de fútbol de Rusia nos convoca a sus cuartos de final. Ningún partido de esa ronda, desgraciadamente, tendrá acción en Moscú. Ya vamos en tren rumbo a Kazán, allá juegan Neymar y Brasil, los favoritos de la gente.
Moscú y el forastero curioso: el modernismo bestial
Por Yasiel Cancio Vilar